Meses después de los terremotos en Puerto Rico, miles siguen a la intemperie
Casi dos meses después de que un terremoto arrojó a las calles a la población del suroeste de Puerto Rico, miles de personas aún están durmiendo todas las noches bajo tiendas de acampar, en catres, en sus autos y en enormes carpas abiertas que sirven como refugios del gobierno.
Mucho después de que un sismo con magnitud 6,4 desplegó poderosas ondas expansivas por toda la isla el 7 de enero, el piso sigue sacudiéndose. A lo largo de la última semana, han ocurrido 43 terremotos clasificados como “importantes”, según la Red Sísmica de Puerto Rico, parte de una serie de sucesos sísmicos prolongados y aterradores que no se habían observado en la isla desde 1918. Una casa en la ciudad de Guánica hace poco colapsó tras un nuevo temblor con magnitud 3,8.
Además, aunque la mayoría de las réplicas recientes han sido relativamente leves —solo cinco a lo largo del último fin de semana excedieron los 3,5 grados de magnitud— el daño acumulativo y el movimiento constante han provocado que la seguridad de muchos puertorriqueños se vea profundamente afectada.
Cientos de familias no pueden pagar las reparaciones de sus hogares devastados. Otras no están dispuestas a confiar en los inspectores del gobierno cuando les dicen que sus casas son seguras.
“Esperaba que me reubicaran en un remolque o un hotel”, dijo Pedro A. Ramírez, un veterano de guerra de 65 años que la semana pasada aún se estaba quedando en un refugio del gobierno en Guánica con su esposa, su hija y dos nietos. “No espero que me den una casa. Pero la única manera de conseguir ayuda para alimentos es estar aquí, así que te obligan a quedarte. Es una trampa”.
El número de sobrevivientes de los terremotos que aún están viviendo a la intemperie se ha convertido en un complicado desafío para las agencias locales y federales que tienen problemas para encontrar viviendas en una isla donde más de 8000 hogares necesitan remodelaciones debido a los temblores.
Más de dos años después de que el huracán María ocasionó un nivel de devastación que en algunos lugares aún no se ha reparado, pareciera que los funcionarios de gestión de emergencias que enfrentan los desastres naturales más recientes no tienen estrategias cohesivas para mantener seguros a los sobrevivientes y están improvisando sobre la marcha, de acuerdo con algunos funcionarios locales, defensores legales y analistas académicos que están observando la respuesta.
“Si aprendieron algo del huracán María, no lo están demostrando”, dijo Yarimar Bonilla, una antropóloga de la Universidad Hunter que ha pasado mucho tiempo en los campamentos. “Quizá aprendieron que no tienen que hacer nada y que la gente lo resolverá, porque eso es lo que está pasando”.
Los refugios se ubicaron en zonas susceptibles a las inundaciones, lo cual ha provocado que algunas carpas con estilo de dormitorio se llenen de barro, y aún deben abrirse más de 150 escuelas. La desconfianza en el gobierno provocó que muchas personas montaran sus propios campamentos a lo largo de carreteras concurridas en vez de usar los refugios gestionados por las autoridades.
Ramírez y su familia se quedaron en una carpa grande de tres costados proporcionada por el gobierno de la isla. Él y su esposa se turnaban para vigilar las pertenencias que lograron recuperar, mientras esperaban averiguar si la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés) ofrecería suficiente ayuda para enfrentar los desastres recientes y así poder reparar su hogar dañado. Cuando su nieto de 12 años tenía que ir al baño, Ramírez lo acompañaba: un agresor sexual con antecedentes proveniente de su vecindario también se estaba quedando en el refugio.
Después de casi dos meses, la familia se cansó de esperar la ayuda federal y se fue a la casa de un familiar.
“Mi nieta es asmática y pasó todo el tiempo tosiendo en el campamento”, dijo Nancy Santiago, la esposa de Ramírez.
De las casi 8300 casas que quedaron dañadas en el terremoto del 7 de enero, cerca de 2500 son inhabitables, según el Departamento de la Vivienda de Puerto Rico.
La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias hasta el momento ha destinado veinte millones de dólares a cerca de 8500 solicitantes, la mayoría de ese dinero para reparaciones de casas y un porcentaje para pagar rentas. Más de 30.000 personas han presentado solicitudes.
Sin embargo, los funcionarios del gobierno insisten en que al menos la mitad de las personas que están durmiendo en el exterior no están respondiendo al daño estructural de sus casas, sino a la presión emocional de los temblores frecuentes. Tan solo en enero hubo más de 3000 sismos en casi 32 kilómetros cerca del epicentro del terremoto de Puerto Rico, de acuerdo con la Red Sísmica de Puerto Rico.
El Servicio Geológico de Estados Unidos comentó que las réplicas continuarán durante “años o décadas” y que hay un 30 por ciento de probabilidades de que se produzca una réplica tan grande como el terremoto del 7 de enero.
“El temor es el enemigo más grande que enfrentamos ahora mismo”, dijo Elizabeth A. Vanacore, sismóloga de la Universidad de Puerto Rico.
Las llamadas a la línea de ayuda contra el suicidio han aumentado a un número de hasta 1600 por día, según la agencia de salud mental del gobierno.
“Sigue temblando y las grietas de la casa se abren más”, comentó Edel Santiago, de 39 años, que comenzó a vivir en un estacionamiento con su esposa, su hijo y su madre de 73 años, quien sufre de alzhéimer.
Dijo que su familia era una de las muchas a las que les negaron ayuda porque certificaron sus casas como lugares seguros, una decisión con la que no estaban de acuerdo.
“Certificaron que mi casa era habitable, aunque tiene grietas grandes y horribles”, dijo Santiago. “El tipo de FEMA dijo que no podía vivir ahí, pero después llegó otro inspector y le puso una calcomanía verde”.
FEMA envió inspectores a casi 30.000 casas y otorgó brazaletes verdes a cualquier residente de los refugios cuya casa hubiera sido certificada, aunque les permitían seguir en el refugio. A la gente que no estaba de acuerdo con la evaluación de seguridad de su casa le ofrecían dinero para contratar a ingenieros estructurales, dijo Alex Amparo, coordinador de FEMA en Puerto Rico.
“Cuando ves el brazalete verde, sabes que su casa está bien, pero tienen un temor emocional”, comentó. “En este punto, nuestro trabajo en realidad no es juzgarlos, sino ayudarlos a superarlo”.
FEMA ha gastado más de dos millones de dólares para ayudar a que la oficina de servicios de salud mental de Puerto Rico proporcione auxilio a los residentes traumatizados, incluyendo asesoría para asegurarles que es seguro ir a su casa si esta aprobó la inspección. Los terapeutas están sugiriendo que algunas personas quizá se sientan más seguras durmiendo en su sala, cerca de una ruta de evacuación.
A pesar de los cientos que siguen en campamentos, la mayoría de las personas han regresado a casa conforme ha disminuido la frecuencia de los temblores, dijo Amparo.
“Si tuve 800 personas durmiendo afuera durante la noche anterior, tengo que hacer que la cifra sea cero”, dijo a finales de febrero.
El gobierno de Puerto Rico informó que menos de 600 personas seguían viviendo fuera de un hogar en 24 refugios oficiales e informales hasta la semana pasada. Sin embargo, esa cifra no toma en cuenta al gran número de personas que acampan en sus propiedades.
Los registros de FEMA obtenidos por The New York Times muestran que, hasta el 25 de febrero, la agencia aún mostraba que más de 3000 personas vivían en condiciones “emergentes”, con base en información proporcionada en solicitudes de ayuda federal. Esto incluía casi 600 que decían que se estaban quedando en sus vehículos y 1603 que vivían en carpas. Se les había negado ayuda a la mayoría de las personas que están afuera de sus casas porque estas no estaban tan dañadas o tenían seguro, según muestran los registros.
Los registros de FEMA también muestran que la mayoría de las personas que recibieron ayuda en efectivo obtuvieron menos de 500 dólares.
William Rodríguez Rodríguez, administrador de vivienda pública de Puerto Rico, dijo que el plan de respuesta del gobierno se ha ajustado a lo largo del camino para lidiar con los problemas conforme van surgiendo. Dijo que el mayor desafío ha sido lidiar con un desastre que, a diferencia de un huracán, parece no tener final.
“Esto afecta directamente al espíritu de la gente”, dijo. “Estamos acostumbrados a un suceso que, una vez ocurrido, se acabó y podemos recuperarnos. En este caso, es un esfuerzo constante”.
The New York Times